
Las nuevas formas de la guerra y las paces que vienen
Alejandro Cortés Ramírez
Doctor en Filosofía, Universidad de los Andes
Co-fundador de REC-Latinoamérica
Ha sido profesor Universitario y Consultor
Las nuevas formas de la guerra, como las llama la antropóloga Rita Segato, no se limitan a la disputa por territorios o recursos, sino que se enfocan en el control de poblaciones, cuerpos y subjetividades, la guerra es, así, el lenguaje de la dominación absoluta. En estas nuevas guerras la crueldad adquiere un valor simbólico y comunicativo, o como dice Segato “expresivo”, que produce efectos concretos en el marco de la ocupación de territorios. Al privatizar el uso de la violencia los efectos de las acciones de guerra quedan fuera de los límites de la ley, ese desplazamiento hace que los actores armados usen el espectáculo como una ventana que les da ventaja dentro del campo que pretenden ocupar. Los despliegues de drones piloteados a distancia y los videos de sus resultados se convierte en una pieza conjunta para infundir miedo, el aire tiembla en medio de un ambiente enrarecido.
Así, la guerra se convierte en una industria que combina el avance de conocimiento científico con el despliegue de poder para ocupar un territorio. Sus actores contemporáneos han convertido la violencia armada en una mercancía que se vende y en donde los cuerpos, sobre todo de jóvenes marginalizados, son prescindibles (una necropolítica). En el marco de la llamada “guerra contra las drogas”, los actores de los cárteles del narcotráfico funcionan como empresas transnacionales que subcontratan a pequeñas agencias del crimen para sus trabajos más sucios, desde los homicidios selectivos, hasta su operación logística queda en manos de jóvenes precarizados que optan por la violencia como un mandato. Las tramas de la guerra están entremezcladas con las rentas de la tierra, en esa lógica, el impulso que los motiva es la acumulación; un deseo que hoy parece inagotable y que está en contradicción con la finitud de la vida misma.
En Colombia podemos ver con claridad como la violencia armada que, otrora era considerada una violencia con motivaciones políticas, ha sido desplazada por unos nuevos regímenes de guerra local en los que los actores armados han creado una serie de fronteras internas en donde se regulan cuerpos, se confinan poblaciones y se ejecutan homicidios selectivos; en paralelo, las economías de las rentas del narcotráfico permean la mayoría de las actividades cotidianas y el control sobre los cuerpos se ejecuta en estrictos códigos de circulación. Los territorios ocupados por los actores armados funcionan como gobiernos privados indirectos que se rigen por la fuerza y el control de las rentas de actividades legales e ilegales, operando como sucursales del gran capital que esconde sus réditos entre la banca y los nuevos fenómenos de inversión de capitales.
Acierta el gobierno de Gustavo Petro al plantear una estrategia para hacerle frente a esta dinámica de las nuevas formas de la guerra. La paz total, con sus aciertos y errores, debe consolidarse como una política de Estado que comprenda estas dinámicas de fronteras internas y de disputa por el control de las rentas ilegales. Las paces que vienen deben interrumpir los circuitos de circulación de esas rentas, transformar las condiciones de eso miles de jóvenes reclutados para librar una guerra que solo beneficia a los grandes capitales del narcotráfico. Para consolidar estas paces es necesario apaciguar y desescalar las violencias, transformar los territorios para que ningún joven opte por la guerra y consolidar una concurrencia de las instituciones de Estado y de las organizaciones de la sociedad civil para desestabilizar las economías que el narcotráfico ha edificado durante décadas. La seguridad de los territorios es una pieza fundamental en las paces que vienen y no puede agotarse en la presencia de las fuerzas militares en los territorios, sino que debe pensarse en el marco de unas transformaciones que materialicen la paz como el resultado de acciones concretas y perdurables en el tiempo. Para lograr que esas transformaciones sean de la gente, es necesario consolidar un horizonte de futuro en el que ninguna vida sea prescindible, las paces que vienen deben ser concretas y solo pueden abrigarse bajo el amparo de una sociedad civil que comprende la compleja trama que estos nuevos regímenes de guerra entrañan.
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