Centro CIAM

Las políticas públicas que no son orgullo para nadie

Por: David Mauricio Rincón

 

Hace algún tiempo que vengo interesándome de más por el tema de las Políticas Públicas y, en específico, su funcionamiento en los gobiernos que se autodenominan –o que son reconocidos por otros- como democráticos, es decir, en la mayoría de países con influencias o herencias occidentales. Por mucho tiempo, no tuve la oportunidad de entender los problemas de la Política Pública más allá de lo que los libros dicen y mi inteligibilidad de la realidad política actual podía hacer con ese conocimiento.

 

Eso, afortunadamente, cambió en 2022 cuando empecé a hacer parte del equipo de un Proyecto de implementación de una Política Pública Distrital que tenía a su cargo beneficiar a un sector social que, después de décadas de lucha por el reconocimiento y la visibilización de sus condiciones materiales históricas y, por qué no decirlo, su vulnerabilidad frente al mundo, consiguió que el Distrito tenga la obligación de aportar servicios y rubros específicos para las personas de este sector social e incluirlos en sus Planes de Desarrollo a través de Proyectos de Inversión.

 

Las expectativas no eran muy altas, pero no pensé que iba a estrellarme con una realidad tan patética. En mi primer contrato, desarrollé labores de atención al ciudadano en un grupo encargado de las Transferencias Monetarias Condicionadas (TMC) a los ciudadanos que participaran en las actividades programadas en espacios del Distrito y sus aliados estratégicos destinados para tales fines. Mi trabajo, en un principio, era recabar alguna información sobre la vida de cada ciudadanx y, con ella, decidir si cumplía con los requisitos mínimos para entrar al programa, es decir, yo decidía si –según los criterios de una resolución- era una persona vulnerable económica y alimentariamente, o no; y, por tanto, si tenía acceso, o no, a dichos recursos.

 

Transcurrieron algunos meses y al principio no podía creer las historias de vida que había detrás de cada persona, la información requerida era muy sensible y, lxs ciudadanxs, en su afán y su angustia por no ser rechazadxs, se abrían y contaban cosas muy íntimas que, en algunos casos, llegaban a ser completamente abrumadoras para mí como interlocutor. Así, entendí mejor las condiciones en las que la mayoría de los que visitaban mi oficina –y luego mi puesto de trabajo en una de las Casas- vivía y a lo que se enfrentaba diariamente.

 

Con eso, el desánimo se empezó a apoderar de mi perspectiva respecto al Proyecto y, en general, con los procesos de implementación de PP’s, porque la oferta era mala, insuficiente y muy limitada; los procesos administrativos se destacaban por entorpecer toda la implementación y, por ende, los procesos de implementación eran totalmente discordantes de la realidad material, no la entendían, por lo que se infiere que la planeación no era algo prioritario –y que supieran cómo hacer bien, en realidad- en la agenda de los burócratas de alto rango. Esta discordancia, se traduce en ineficiencia y esta, a su vez, se traduce en consecuencias de impacto negativo en la vida de las personas del sector social en cuestión.

 

Lastimosamente, se acabaron las TMC, pero yo seguí en el Proyecto prestando servicios[1] de territorialización de la Política. En otras palabras, yo debía llevar la oferta al territorio designado por la administración del proyecto, además, tenía que ser capaz de gestionar a través de una mesa de trabajo que se lleva a cabo mensualmente, toda una serie de actividades y encuentros con ciudadanxs, funcionarixs y actores de interés que impactaran positivamente la vida de las personas del sector social objeto de la Política.

 

Una gran responsabilidad, sobre todo si uno tiene en cuenta las condiciones a las que están sometidas la mayoría de las personas de este sector social y las necesidades que tienen, no solo a nivel económico y alimentario, sino a nivel de salud física y mental, consumo de sustancias psicoactivas, condiciones de inaccesibilidad a la vivienda, probabilidades altas o riesgo de habitabilidad en calle, trabajo sexual, e incluso la esclavitud con fines de explotación sexual, trata de personas, desplazamiento forzado, entre muchas otras también muy agravantes.

 

Es así que se configura un problema que –a mi parecer- es muy grave y que voy a sintetizar en dos dimensiones: la división del trabajo y los procesos en la implementación. Como es de esperarse, en un ambiente tan tecnócrata y competitivo, la razón instrumental hace pensar que no hay cabida para la ineficiencia porque –por supuesto- la Política está muy bien diseñada, presupuestada y formulada. Yo no soy muy partidario del pensamiento empresarial en las políticas, pero para ser crítico, hay que entender que esta Política fue pensada en esos términos y que ese problema es fundamental, es decir, se enquista en la raíz de cualquier resultado.

 

En primer lugar, la división del trabajo. Este es un punto clave para cualquier política y su desarrollo desde la fase de Formulación ya que presenta las capacidades de forma diferenciada y óptima con relación a los problemas que busca solucionar o mitigar la Política. Su función es acomodar a cada persona en el puesto en el que mejor se desenvuelve, destinar los recursos de manera eficiente y crear los equipos, comisiones, etc., que permitan el correcto funcionamiento de los Procesos de la política; procesos que van desde la fase de formulación hasta la evaluación.

 

El proceso de implementación de esta Política, en particular, está a cargo de una sola persona y en ella recae la responsabilidad de definir los criterios con los que van a funcionar los Equipos y cómo serán las divisiones del trabajo y los resultados esperados año tras año. Dichos equipos, para esta Política, están conformados así: Equipo Administrativo; Equipo Territorial; Coordinadores de Casas; Equipo Psicosocial y Equipo de Política Pública (quizá el más importante y el que menos esfuerzo hace).

 

Hay que mencionar, sin ningún tipo de decoro –eso sí- que muchas de las personas que conforman los equipos de la Política están allí porque –de una forma u otra- se cruzaron en el camino con quienes llevan allí más tiempo. Sin concurso, sin mérito, sin asco. Es así que se ven, por ejemplo, ingenieros industriales, administradores de empresas o contadores sin ningún tipo de experiencia en temas de implementación o gestión y trabajo social con enfoques diferenciales, entrar a formar parte de un equipo por el simple hecho de que alguien lo recomendó así no tenga la más mínima idea de qué está haciendo o para qué está ahí.

 

Y no es por demeritar a quienes con esfuerzo sacan su disciplina adelante, lo que pasa es que no todxs caben en todo. Es decir, ¿quedará igual de bien una cirugía que hizo un cirujano que estudió para eso y sabe para qué está ahí, a la que hace un carnicero, que -aunque sabe de cortes- no tiene el conocimiento adecuado? Hoy por hoy, si la Política fuera un organismo vivo, estaría siendo mutilada sin descaro por carniceros que dicen ser médicos cirujanos.

 

Sin mucha profundización, los Asesores y Directivos, deciden cómo los equipos –ocupados en su mayoría por gente recomendada– se reparten las funciones y los presupuestos con la total certeza de que nada será suficiente y, sin vergüenza, instan a sus funcionarios a sostener, frente a la ciudadanía, cualquier argumento con tal de no perder la poca legitimidad de que gozan. Son este tipo de cosas las que hacen que mucha gente se pregunte si la democracia es útil, legítima y necesaria; y no es para menos, son los recursos públicos.

 

Esta manera nepotista de dividir el trabajo lo único que ocasiona es que todos los procesos de implementación se torpedeen al no facilitar la fluidez en la comunicación, la administración y las acciones en territorio. Mientras alguien que no tiene ni idea del lugar en donde está y para qué está ahí se pone al día, muchas personas allá afuera, con capacidades óptimas para ese trabajo, están siendo rechazadas porque nadie las ha recomendado. Algo triste y preocupante, porque como ya dije, esta gente recomendada es a la que se le destinan recursos públicos que terminan en saco roto.

 

Cada papel es fundamental en la realización de los objetivos de la Política y para ello, es necesario que, tanto las personas (el talento humano), los procesos y la división del trabajo sean pensados de acuerdo a las necesidades propias que busca solucionar la política y no de acuerdo a los intereses individuales de la Subdirectora o Subdirector de turno; de lo contrario, el único sujeto político perjudicado es la ciudadanía y, en general, todos los contribuyentes que hacen posible los proyectos.

 

Ahora bien, aunque la división del trabajo es la piedra angular del funcionamiento de cualquier Proyecto, no puede haber proceso de implementación sin una serie de procesos que la posibiliten y la ajusten de acuerdo a los objetivos de la Política. Los procesos pueden ser de tipo administrativo, territorial, de planeación, registro, validación, entre otros; de ellos depende que la división del trabajo produzca una dinámica armónica y eficiente, es decir, que funcione.

 

Sin embargo, los procesos son lo más tedioso del asunto. No sé si será pereza de los burócratas de más alto rango o displicencia de los administrativos y directivos, pero no hay nada más complicado que demostrar que se hizo cualquier cosa en el territorio. En mi caso, hice parte del Equipo de Territorialización de la Política, es decir, yo tenía que materializar los objetivos del Proyecto en un determinado territorio utilizando las herramientas que la división del trabajo y los procesos de implementación ponían a mi alcance.

 

Lamentablemente para mí, invertía casi el 80% de mi tiempo en el cargo llenando formatos, validando firmas, llenando matrices infinitas y escribiendo larguísimos informes que –tiempo después- descubrí que nadie leía. Esto dificultaba mucho mi presencia en el territorio, ya que algo tan simple como no tener el formato correcto podía significar que una persona pasara la noche fuera, en la calle, sin comida, sin dinero y con más dudas sobre nuestro trabajo que cualquier otra cosa. Además, antes de que olvide mencionarlo, los procesos (que ya estaban mal diseñados) eran cambiados arbitrariamente –sin mucho sentido y casi de manera mensual- por un equipo y por otro según sus necesidades concretas y no obedeciendo a un proceso de pensamiento complejo y unos objetivos ya trazados.

 

Perdía tanto tiempo capacitándome sobre cómo llenar cada formato una y otra vez cada vez que lo cambiaban, que la energía y la voluntad por capacitarme en los cambios de los procesos cada vez fue disminuyendo, hasta que uno decide, simplemente, dejar que ellos decidan –no les gusta ni cinco que encuentres errores y los hagas notar- y limitarse a cumplir órdenes; algo que no debería pasar en un ambiente de Políticas Públicas.

 

Fue así como después de casi dos años perdí todo respeto por mis compañeros y mis jefes (en lo laboral solamente) y entendí que a pesar de lo que dicen los libros sobre la eficiencia, los procesos, la optimización de recursos y racionalidades, las voluntades humanas perversas pueden corroer cualquier ambición colectiva, cualquier proyecto en común, cualquier beneficio que no le incluya. Mucho del dinero invertido en estos proyectos se queda en esos “cambios de procesos” tan frecuentes y en la necesidad de conformar equipos dóciles, acríticos y sin voluntad.

 

Hasta que esta Política en particular deje de estar en manos de las personas que creen que están allá por mérito y no porque los recomendaron, no habrá resultados visibles. La Planeación de estos proyectos está cimentada en las necesidades que tenga el administrador de turno y, quienes tengan algún reparo con los malos resultados y las eventuales recargas innecesarias de trabajo sobre los eslabones más bajos de la cadena serán despedidos sin más, como le pasó al Lider de Equipo, quien, después de 17 años de servicio y convertirse en la piedra en el zapato de la actual administración del Proyecto, fue sacado sin un peso de indemnización, sin reconocimiento y por la puerta de atrás.

 

Tenemos que disputarnos los escenarios de Política Pública y promover la participación política de los sectores sociales más vulnerables en todas las etapas de creación de una Política para que no suceda lo que está sucediendo: Alguien “activista” gana reconocimiento, lleva a su combo a administrar la Política, lo arruinan y luego están diciendo que la culpa es de quienes tienen la responsabilidad de materializar las ideas estúpidas y mal planteadas –sin olvidar que son completamente alejadas de la realidad- de quienes creían saber hacer las cosas solo porque fueron activistas.

 

[1] De esto hablaré en un próximo escrito de opinión.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

back to top